AndesTrailing: La Paloma

Existen infinitas motivaciones para subir cerros.  A veces existen las ganas de conocer lugares nuevos, a veces uno quiere estar en un lugar con vista espectacular, incluso a veces son más motivaciones de ego o de auto superación, y de repente es simplemente para hacer ejercicio.  Lo que une estas ganas es que siempre, después de un arduo trabajo, llegar a la cumbre entrega una satisfacción incomparable por estar en la verdadera cúspide de un proceso. Esos 5 o 10 minutos que uno pasa en la punta de la montaña es un recuerdo muy particular que uno recuerda quizás para toda la vida, y al menos para nosotros es difícil encontrar otros 10 minutos que queden tan impregnados en la memoria. Con el cerro La Paloma, ocurre que, al igual que varios cerros cercanos a Santiago, casi todos los días del año uno puede tener el recuerdo latente al divisar La Paloma en la cordillera y recordar ese único momento de la cumbre. La Paloma, en particular, resalta por tener el glaciar más grande visto desde Santiago y ciertamente el más atractivo. Teniendo en mente que el cerro requiere conocimientos de glaciares un poco más avanzado que el Plomo, nos propusimos preparar y subir este maravilloso cerro durante 3 días en diciembre. Esto es un breve recuento de la gran aventura que vivimos, donde estuvimos a punto de desertar dos veces, la segunda a menos de 100 metros de la cumbre, pero que al final resultó ser una experiencia tremendamente enriquecedora y que a diario recordamos al mirar el gran glaciar que yace sobre Santiago.

Cumbre del Cerro La Paloma (izquierda, nevado) y cumbre del Cerro Altar (derecha), desde curva 15 de subida a Farellones. Desde Santiago pueden ver ambas cumbres hacia la izquierda del Plomo

Preparación

La preparación no fue fácil. Las lecturas previas de las rutas y la dificultad técnica del cerro nos presentó un entretenido desafío: un primer día de acercamiento desde Villa Paulina en la entrada de Yerba Loca hasta el campamento Piedra Carvajal con desnivel de más de 1.300 metros y un segundo maratónico con más de 15 horas de subida, incluyendo 3 horas de crampones atravesando glaciares y un extenuante desnivel de más de 1.700 metros terminando en la no menor altura de 4.910 msnm. Las alternativas para llegar a la cumbre eran dos, donde una cruza directamente el glaciar La Paloma hasta llegar a su cumbre y una segunda, que se presentaba menos exigente técnicamente, que cruza en primera instancia el glaciar “del Rincón” bordeando un cerro aledaño llamado Morro Negro, para luego acceder al glaciar La Paloma por su lado nor-poniente. Naturalmente, para escalar el glaciar directamente a la cumbre se requieren técnicas de escalada en hielo por lo que nos organizamos por la segunda  alternativa. El desafío era increíblemente atractivo y con la motivación sabíamos que era abordable hacer cumbre, por lo que nos preparamos adecuadamente y partimos decididos a este magnífico cerro.

Día 1

Comenzamos la primera caminata con el equipo impecable y con toda la energía para enfrentar esta aventura. El día se veía espectacular y todo apuntaba a que íbamos a tener una tranquila y bella marcha por el día antes de llegar al campamento Piedra Carvajal, cerca de los pies del cerro que subiríamos a la madrugada siguiente.  El día pasó bastante rápido y, si bien en un comienzo el valle se presentó un poco seco, sólo con el estero Yerba Loca a nuestro lado, a medida que fuimos avanzando fuimos entusiasmándonos con diferentes formaciones rocosas y llegando al final, a una imponente cascada llamada Cascada de los Sulfatos. El nombre viene de la cantidad de sulfatos que tiene el estero, contaminándola hasta ser dañina para el cuerpo humano

Este primer día sirve principalmente para despejar la cabeza de una vez por todas de la rutina Santiaguina y enfocarnos al 100% en lo que se avecina. Muchas veces es complicado sacarse de la cabeza lo que uno ha estado haciendo en la semana, pero una vez logrado, llega una energía revitalizante que es fundamental para enfrentar estas aventuras. Esta energía ayuda no solo a estar enfocado en la meta, sino que a disfrutar cada momento de la aventura al máximo y hacer cada caminata y paisaje inolvidable.

Valle del Estero de Yerba Loca con la Cascada de Los Sulfatos a la distancia y el Morro Negro atrás

Como todo en la vida, lo bello tiene su precio, y junto a la cascada nos encontramos con una empinada ladera que nos hizo prácticamente escalar para lograr sobrepasarla y luego llegar al famoso campamento Piedra Carvajal, nombre que viene de una gigantesca roca con extraña forma que sirve de refugio para montañistas situada al costado poniente. Lamentablemente, debido a la poca higiene de algunos, se dice que existen ratones dando vuelta por la piedra por lo que nos aconsejaron no quedarnos muy cerca. Sin embargo, la situación no nos afectó en absoluto ya que el campamento entero es realmente un oasis donde confluye el estero Yerba Loca con varios afluentes pequeños, lo que le da no solamente un verde intenso, sino que una comodidad invaluable a esas alturas (3.280 msnm). Nuestra estrategia inicial era continuar por algunos kilómetros más para acortar distancias de la maratónica subida que nos iba a tocar el día siguiente, pero al estar en un campamento como el de Piedra Carvajal, lo más razonable es disfrutar una rica tarde y comida, y descansar como uno no podría en ningún otro lado.

Tal cual fue. A las 6 pm, antes que el sol incluso amagara con esconderse, estábamos cerrando la carpa y metiéndonos en los sacos para tener un reponedor sueño. 

Laguna en el campamento Piedra Carvajal con el fondo de una parte del glaciar La Paloma

Día 2

Y comenzó. Justo pasado las 3am ya estábamos de pie y a las 4am comenzamos la ascensión.  Las primeras caminatas fueron bastante planas a orilla del estero Yerba loca, menos sulfatado a estas altura, pero aún con su inconfundible sabor a metal. Avanzamos algunos kilómetros y llegamos a los pies del cerro el Morro Negro, que se puede ver en la foto anterior a la izquierda de la cumbre de La Paloma y a la derecha de un glaciar más pequeño llamado El Rincón.

Vista del valle desde los primeros metros de ascensión en acarreo

La empinadísima subida inicial del Morro Negro nos despertó de inmediato y al terminar los primeros 200 metros de desnivel, pudimos ya comenzar a disfrutar de una privilegiada vista al valle con sol apareciendo con sus primeros rayos.  El camino era principalmente de acarreo, nombre que se les da a los caminos con piedras sueltas que retrasan de gran manera el paso y si hay pendiente, a veces uno avanza tres pasos para luego retroceder dos.  Este acarreo continuó por alrededor de 2 horas hasta que nos encontramos con lo que nos traía más ansiedad: la primera caminata por el Glaciar del Rincón. Nos pusimos los crampones y, recordando las enseñanzas y lecciones que nos habían dado, comenzamos una gran travesía por el hielo.

En un principio fue bastante dócil; visualizamos un pequeño riachuelo congelado que tenía su propio camino con el que logramos avanzar bastante rápido por una pendiente tranquila. En uno de estos puntos encontramos un ínfimo escurrimiento de agua debajo del hielo, y lo que hicimos acá quizás fue el peor error del día y que traería consecuencias: bebimos agua directamente de glaciar. El sabor parecía bueno, y nos quitó la sed en el instante por lo que seguimos normalmente.

A medida que continuamos, el camino se comenzó a complicar y la vía del río se transformó en un ejército de penitentes de más de un metro de altura que bloqueaban cada paso que intentábamos avanzar. Una vez que la pendiente se puso intransitable, la mejor opción fue usar el piolet de marcha como herramienta de escalada, y en esta ocasión los brazos ayudaban de igual forma que las piernas para avanzar.

Descanso entre penitentes en el glaciar Del Rincón

A una altura de más de 4.200 metros, cuando la fatiga ya estaba invadiéndonos, el agua antes tomada comenzó a provocar estragos: uno del equipo comenzó a deshidratarse y junto a ello, llegó el mal de altura. A media máquina logramos terminar el glaciar, y llegamos a un momento crucial del día que pudo haber arruinado nuestro objetivo: debíamos decidir si continuar con un compañero apunado y con síntomas de deshidratación.

Nos sentamos unos minutos, preparamos un almuerzo rápido y, esperando alguna mejora, comimos para recuperar energías.  Luego de unos 20 minutos volvimos a preguntar el estado de nuestro compañero y ya que presentaba una leve mejora, decidimos continuar hasta el próximo hito, que sería justo antes del cruce del glaciar La Paloma, a 4.800 msnm. Si bien la altura todavía no era extremadamente alta, los síntomas de la puna se agravan con el esfuerzo físico y ciertamente con la deshidratación, por lo que hay que tener mucho cuidado en no sobre exigir al cuerpo para no incrementar estos efectos. Si el apunado empeoraba, estábamos obligados a bajar.

La caminata continuó con una leve pendiente de acarreo que fue empinándose hasta obligarnos a hacer un zig-zag para avanzar a un “ritmo de caracol”, donde cada paso que uno da te quita el aire que uno no tiene y la energía que ya consumiste. Sin embargo, siempre hay espacio para asombrarse, y mientras teníamos una mejor vista tanto de los cerros contiguos como del glaciar La Paloma, sorpresivamente hacia nuestra izquierda apareció a la vista la gigantesca mina Los Bronces. A uno le puede gustar o no, pero ciertamente sorprende la dimensión de la mina que parece estar en la mitad de la cordillera, con camiones del porte de los de Chuquicamata y galpones para alojar a cientos de mineros.

Mina Los Bronces desde el filo que llega a la cumbre (lado norte, detrás de la vista que se ve desde Santiago)

Ya pasado este último tramo de acarreo, finalmente llegamos al borde del grandioso glaciar La Paloma, que hacia el suroeste tiene una abrupta caída que entrega una sensación de estar en la cima del mundo, pero a la vez de un vértigo abrumador. En este punto exacto estábamos en la parte superior del glaciar que se ve perfecto desde Santiago, y a no más de 100 metros de desnivel para alcanzar la ansiada cumbre. Siendo casi las 13:00 de la tarde, nos sentamos a preparar la última arremetida y nos percatamos que estábamos bastante atrás con el tiempo, ya que a esa misma ahora habíamos quedado de comenzar el descenso. El clima podría empeorar en cualquier minuto, por lo que atrasarnos por más de 30 minutos podría significar bajar con mal clima y si se nos oscurecía, aumentaríamos de gran manera la probabilidad de accidentes. Sumado a esto, los tres ya presentábamos evidentes síntomas de puna, aunque al menos nuestro compañero deshidratado ya estaba mejor que antes.

Revisamos el tiempo aproximado restante, y vimos que el cruce del glaciar, según las indicaciones con las que contábamos, debía demorar una hora. Continuar hacia la cumbre aumentaría peligrosamente nuestras posibilidades de accidentes por lo que por escasos metros, no alcanzaríamos la cumbre. Aún recordamos las palabras de un compañero: “cabros, me duele infinito decirlo, pero no creo que lleguemos a la cumbre”.

Las ansias en estos instantes pueden ser peligrosas, ya que continuar muchas veces puede ser un error que nos arrepentiríamos al bajar, por lo que hay que intentar tomar decisiones razonables dentro del cansancio y la falta de oxigenación del cerebro. Después de una breve reunión, decidimos avanzar 15 minutos, revisar el avance y si nos quedaba mucho, comenzar el descenso. Estábamos a minutos de la cumbre, pero a minutos de quedarnos tarde y volver con las manos vacías.

Comenzamos entonces nuestro último avance. Encontramos un filo al borde del glaciar que nos permitió avanzar sin crampones por algunos valiosos metros y cuando tuvimos que entrar al glaciar nos dimos cuenta que antes de media hora de avance estaríamos en la cumbre. Nos colocamos los crampones por última vez en este ascenso y cruzando penitentes (que esta vez nos protegían de una caída hacia el precipicio), llegamos a la cumbre a eso de las 13:30. Fue un momento único, después de tanto esfuerzo, incertidumbre y decisiones tomadas, habíamos finalmente alcanzado nuestro objetivo.

Alcanzamos a estar unos diez minutos arriba, donde gozamos de una privilegiada vista hacia El Plomo, el vecino Altar, Leonera, Aconcagua hacia el norte, y muchos otros. Santiago se veía poco, ya que el smog estaba cubriendo casi en su totalidad la ciudad. Intentamos sacar las mejores fotos que pudimos, la infaltable “selfie”, y partimos el descenso.

“Selfie” en la cumbre 

 Cumbre con vista al Aconcagua al fondo al medio

Pensar que el descenso iba a ser fácil hubiese sido un grave error. Sin la motivación de llegar a la cumbre, con la fatiga que nos complicaba cada paso que dábamos y el mal de altura que nos bloqueaba el oxígeno que teníamos que respirar, comenzamos a bajar los 1.700 metros ya subidos.  A escasos minutos de comenzar, el compañero anteriormente deshidratado vomitó y nos dimos cuenta que teníamos que bajar lo más rápido posible para evitar otros síntomas.

En un principio, gozamos de una espectacular vista, en primer plano el glaciar La Paloma y más adelante una infinidad de cerros de colores que iban cambiando con el avanzar del día. Continuamos con el acarreo y rápidamente llegamos al glaciar del Rincón. El pequeño escurrimiento que habíamos utilizado para beber agua a la subida era ahora un río con fuerza que nos obligaba a ir saltando de un penitente a otro para evitar mojarse. El cansancio nos consumía las piernas, pero a la vez, cada paso hacia abajo nos entregaba más aire para respirar y más ganas para llegar a descansar.

Comenzando el descenso por el glaciar La Paloma

Fue así como después de más de 15 horas de andinismo, llegamos sanos y salvos al campamento Piedra Carvajal. Lo que vino después fue un trámite: ordenar las cosas, comer una recuperadora comida y dormir hasta que el cuerpo quisiera.  Nos levantamos el día siguiente para aprovechar un bello día en el valle, y emprendimos la caminata de vuelta a Santiago.

El fin de semana resultó ser una gran prueba sicológica y física, donde tuvimos que pelear paso a paso para llegar a una cumbre que ciertamente recordaremos por muchísimos años. El agotamiento, los problemas con la altura y las decisiones en estado de estrés en su momento siempre es complicado, pero como en todas las cosas en la vida, siempre habrán obstáculos y problemas para lograr la meta, y si no fuera por ellos, “la vida sería como un camino asfaltado: cómodo para caminar, pero donde las flores no crecen”(Van Gogh). Al menos a nosotros, no nos gusta el asfalto.

 

 

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